Por Ivan Dessau. Retoque fotográfico Pablo González.
Y de repente, cual rapto de lucidez que atraviesa a Holmes como un rayo y devela el misterio, comprendo todo. Los archivos se acumulan en el trash de mi mente, hasta que, por alguna extraña interconexión de los circuitos, traslado esos jpgs al desktop de mi hemisferio izquierdo. Ahí se abren, de a una, las imágenes, ordenadas bajo una claridad apabullante. Axel Rose en silla de ruedas. Steven Tyler exhibiendo joyas. Ozzy Osbourne tartamudeando “what?” en su reality. Rod Stewart cantando oldies. Alice Cooper haciéndole cada vez más honor a su nombre. Hasta el de Maná luciendo su paródico rostro quirúrgico. Entonces descubro que los rockers, cuando envejecen, se convierten en tías. Y que tipos como Elton John, Robert Smith, Morrissey y hasta Boy George, envejecen mucho mejor. Googleo “rockeros que parecen tías”, y el imperio cibernético me hace saber que no soy tan original como pensaba. No importa, el imperio no sabe mi reflexión. Que es, simplemente, que el rock se convirtió en una tía. Una tía que sigue ahí, jodiendo un poco, carajeando a los mismos de siempre, pero que ya no inspira miedo sino compasión. O una que dejamos de ver hace rato, y por eso se nos hizo invisible. Una que en el mejor de los casos, es un lindo y lejanísimo recuerdo de infancia. O una que volvemos a ver, ya de grandes, y la expresión de incredulidad es un reflejo en los ojos de ambos. También noto que solo estoy pensando en tías gringas o british. La que acompañaría a Walmart si fuera un sobrino yanqui, o la que me invitaría a tomar el té si fuera inglés. Pero en mi colección no hay ninguna tía argenta. Hasta que, nuevamente, la iluminación aparece en un link de youtube, un zoom entre Ciro Martínez y Juanse. Al cabo de unos minutos, mi rostro se ilumina, y no sólo por la luz de la pantalla. Juanse es, finalmente, la tía argentina que me faltaba: Betty, la que vive sola en un dos ambientes de Villa Urquiza. Una tía que hace lo mejor que puede hacer una tía cuando enviuda: cagarse de risa. Pero sobre todo, hacer cagar de risa a los demás. Porque Betty será muy religiosa, y joderá mucho con el Papa y qué se yo, pero es divertida, hilarante, pícara. En serio, te quedarías horas tomando coñac y charlando con Betty.
Supongo que a esta altura, el objetivo de esta parrafada se cae de maduro. Ya lo venía pensando incluso antes de ver el documental Juan Sebastián. Es hora de que todos hagamos una disculpa pública a Juanse. Se la debemos. Una disculpa por todas las décadas que nos burlamos de él. Y un mea culpa de los que vimos en Pomelo la dulce representación de nuestro desprecio.
Mis más sinceras disculpas, Juanse.
En nombre de todos estos purretes avergonzados.
Y gracias por ser la tía que todos querríamos tener.